domingo, 3 de febrero de 2008

ENTREVISTA CON PEDRO CARRASCO DE AGOSTO DE 1998


«Me gustaría comer con "Poli"»


En el cuadrilatero llegó a lo más alto, conquistando, como peso ligero, títulos mundiales. Supo retirarse a tiempo y se hizo popular por su boda con Rocío Jurado, de la que se separó en 1989. Pedro Carrasco es un buen tipo que actualmente ha encontrado la felicidad junto a Raquel Mosquera


RAFAEL TORRES
Al padre de Pedro Carrasco le arruinó la peste porcina (eran de Alosno, Huelva, el pueblo de las migas, el aguardiente y los fandangos) y emigró a Brasil. Allí empezó su carrera de púgil este ciudadano que, gracias a su buen seso, supo clausurarla pronto. De aquel tiempo de ganchos y crochets quedan muchos recuerdos, pero el más persecutor y angustioso es el de Nando Ramos, su bestia negra, con quien peleó tres veces: «Si seguimos acabamos casándonos», dice. Pues, aunque suene algo antiguo, un hombre es en buena parte la mujer con la que está (y el país en el que está y los amigos que tiene, y los que deja de tener). Este Pedro Carrasco no se parece a aquel de antaño cuya silueta se desdibujaba, se desleía casi, en la sombra. Y se agradece, poque es un muchacho que expande su buen rollo, esto es, su cordialidad.

Pregunta.- Viendo la deriva de Poli Díaz y la de tantos otros boxeadores que han acabado malamente, ¿qué le salvó a usted: la suerte, el sentido común...?

Respuesta.- Siempre he dicho que si quieres vivir del boxeo, tienes que vivir para el boxeo, dedicarte de pleno a él, cuidarte, entrenarte mucho... No se puede estar en misa y en la procesión. La suerte pasa por tu puerta una vez y tienes que cogerla, y luego invertir en algo para el futuro. Es triste que uno termine, después de haber quemado en eso la juventud, como empezó, sin nada.

P.- ¿Pero a usted le gustaba eso de dar y recibir golpes?

R.- Yo he amado mucho el boxeo, y ya sabes que sarna con gusto no pica. En el cuadrilátero no sientes dolor; más torturante era la preparación y dar el peso. Eso era un calvario: siempre tenía que quitarme unos gramos y no había de dónde.

P.- Suponga que Poli Díaz, en algún fondo indemne de su conciencia, sigue reconociendo en usted al maestro. Dígale algo.

R.- Que me gustaría encontrarme con él, sentarnos a comer juntos y charlar largo y tendido. Le daría una serie de explicaciones y consejos por si los quisiera aceptar, pero ya sé que eso es muy difícil, pues algunas personas, por mucho que les cuentes y les digas, no te van a hacer caso. Me gustaría ayudarlo, y si me llamara ahora mismo pidiéndome ayuda, se la daría de mil amores.

P.- No es fácil en el submundo de los famosillos encontrar a una mujer como Raquel Mosquera, ¿verdad?

R.- Es que no la encontré en ese mundo, ella viene de otro. Es una mujer extraordinaria, trabajadora, responsable, que nada tiene que ver con el mundo del artisteo, y le está costando lo suyo adaptarse.

P.- ¿Qué aprende de ella?

R.- Por ser bastante mayor que Raquel, sería ella la que tendría que haber aprendido de mí, pero soy yo quien aprende cosas de ella, y todas muy bonitas. Pertenecemos a mundos distintos y los compartimos, y yo, sin ir más lejos, le llevo las cuentas de la peluquería, en fin, como buenamente puedo, a mi manera.

P.- El verano, y más el verano mediterráneo, parece una casa vacacional, muelle y ligera, pero en la otra orilla de este mar, a pocas millas de la costa española, hay gente que entierra bombas en la arena de la playa para que les estallen a los niños, y les estallan.

R.- Ya ves qué deporte, qué maravilla... qué asco. Mira, diría una burrada tan grande... ¿Qué corazón puede tener una persona que hace eso? ¿Y por qué lo hace: por religión, por política...? Nada justifica quitar la vida a una persona. No soy partidario de la pena de muerte, pero sí, Dios me perdone, de la cadena perpetua para quienes hacen esas cosas.

P.- Sartre escribió que «el infierno son los demás». ¿Qué tal es su relación con sus semejantes? ¿De dónde le traen más noticia: del paraíso o del averno?

R.- Ese Sartre creería que él era la gloria, ¡francés tenía que ser! Para mí los demás son la gloria, probablemente el infierno sea yo. Si alguien se porta mal con uno o te engaña, la culpa es de uno, que se ha dejado engañar.

P.- Tengo una hija algo mayor que la suya y lo sé, pero cuénteselo al que no lo sepa: ¿Cómo es la relación padre-hija?

R.- Mi hija, a causa de la profesión viajera de la madre, siempre ha estado conmigo y la he criado yo. Fundamental ha sido la confianza mutua, la amistad, poder contarse todo, y así es lo más bonito.

P.- Pero cuando les llega la edad de matar al padre...

R.- Se lleva muy mal, pero es ley de vida, pues ese asesinato simbólico es lo que les permite crecer y aprender a volar. Esa etapa hay que saberla llevar.

P.- Se dice que las niñas son más complicadas.

R.- La mujer es siempre más inteligente que el hombre, y por lo tanto es más compleja. Mi hija, de chica, con 14 o 15 años, te daba una serie de explicaciones que te dejaba con la boca abierta. Tener una hija es muy bonito, tanto como duro cuando la pierdes.

P.- Bueno, ya que hemos citado a Sartre, citemos ahora a Einstein: decía que «el nacionalismo es una enfermedad infantil, el sarampión de la Humanidad». ¿Qué opina?

R.- Me gusta poco opinar de política porque es una cosa muy complicada. Fíjate que los propios políticos, que se supone que son especialistas, no saben muchas veces por dónde se andan. ¿Cómo voy a saber yo si el nacionalismo es bueno o es malo?

P.- Haga un esfuerzo.

R.- Hombre, pues que no veo que haya mucha contradicción en ser, simultáneamente, catalán, o vasco, o gallego, y español.

P.- ¿Qué le inspira Nelson Mandela?

R.- Tiene una cara de bonachón, de buena persona y de simpático que inspira felicidad. No parece que haya pasado 27 años en la cárcel, tantas privaciones... Irradia humanidad y amor a su pueblo. ¡Ojalá hubiera muchos presidentes como él!

P.- Graça Macghel, su flamante e inteligente esposa, ha dicho de él que es un hombre «a quien resulta muy fácil amar». ¿Y usted?

R.- ¿Yo? ¿Que si yo soy fácil de amar? No lo sé, eso tendrás que preguntárselo a mi mujer, por lo menos, yo no me he amado nunca así.

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