miércoles, 21 de enero de 2009

“Chegüí” Torres rompió esquemas


Elliott Castro Tirado

Me hubiera encantado escribir esta columna antes. Apenas una semana antes hubiera sido suficiente. Lo digo por mí, pues “Chegüí” Torres no era una persona adicta a los elogios. Por el contrario, era tan y tan sencillo que no recuerdo haberlo visto “esponjado” por lo que se dijera sobre su persona, o sentido porque no se le hubiera reconocido como se merecía. Aun así, me hubiera encantado que la leyera.
José Luis Torres, mejor conocido como “Chegüí”, ha sido uno de los pocos boxeadores que ha logrado el reconocimiento pleno a su inteligencia y capacidad más allá del cuadrilátero. Con sus actuaciones y aportaciones fuera del cuadrilátero rompió con el estigma y el prejuicio que asegura que el músculo y el intelecto están divorciados irremediablemente. Puesto de otra forma más cruda aún, son muchos los que afirman que “todos los boxeadores son brutos”. “Chegüí” demostró que eso no es cierto.
Con paciencia, pero con seguridad absoluta, “Chegüí” argumentó una y otra vez que no es una cuestión de más o menos inteligencia, sino que la mayoría de los boxeadores proviene de los sectores con menos escolaridad y que no se les brindan las mismas alternativas que a otros jóvenes. Él era el mejor ejemplo para sostener su posición.
Aunque nació y se crió en el sector de Ponce conocido como La Playa, “Chegüí” obtuvo una medalla de plata olímpica, pero en representación de Estados Unidos, que lo reclutó mientras estaba en el ejército de ese país. Fueron los Juegos celebrados en la ciudad australiana de Melbourne en 1956 y el boricua perdió la pelea por la medalla de oro del peso junior mediano ante Laszlo Papp. Ésa fue la última pelea para ese legendario púgil húngaro, que de paso lo convirtió en el primer boxeador de la historia con tres medallas de oro olímpicas. Los únicos que han logrado igualar su hazaña posteriormente han sido los cubanos Teófilo Stevenson y Félix Savón.
Hay muchísimos testimonios de componentes de la delegación boricua a esos Juegos que repiten que “Chegüí” se pasaba todo su tiempo libre con ellos y que siempre se identificaba como puertorriqueño ante todos.
A su regreso a Nueva York, donde residía, se unió al grupo selecto de boxeadores que manejaba Cus D’Amato, un personaje novelesco que establecía relaciones casi familiares con los púgiles con los que trabajaba. Uno de ellos era Floyd Patterson, quien exhibía un estilo similar con ambas manos cubriendo el rostro y que fue bautizado como “peek a boo”.
En marzo del 65 “Chegüí” se coronó campeón mundial del peso semicompleto cuando Willie Pastrano no pudo salir al noveno asalto. Un brutal ataque al cuerpo había minado las energías del hasta entonces campeón. Lo que no aparece en los libros de récords es que unas horas antes del combate “Chegüí” amenazó con no pelear si no permitían que se entonara La Borinqueña en el Madison Square Garden, donde se celebró el pleito. Cuando los organizadores se dieron cuenta que no era una amenaza, sino que el boricua estaba dispuesto a retirarse, permitieron que Felipe Rodríguez interpretara nuestro himno nacional. “Chegüí” lo acompañó.
Ése fue el debut de La Borinqueña en peleas de campeonato mundial y esa noche “Chegüí” unió su nombre a los de Sixto Escobar y Carlos Ortiz como los únicos puertorriqueños en ser reconocidos como campeones mundiales. Recordemos que en ese tiempo sólo había ocho divisiones y no 17 como hay ahora.
Con su victoria, “Chegüí” fue reconocido como campeón indiscutido de las 175 libras por los únicos dos organismos que existían, que eran el Consejo y la Asociación Mundial de Boxeo.
Aunque ganó su próxima pelea, que fue en el peso completo, se convenció de que no tenía lo necesario para subir, por lo que volvió a bajar a las 175. Tras tres defensas exitosas, perdió el cetro por decisión unánime ante Dick Tiger, quien lo volvió a derrotar en la revancha, esta vez por decisión dividida. Hasta para retirarse, “Chegüí” fue diferente, pues colgó los guantes luego de dos victorias al hilo, pero convencido de que ya no sentía la misma pasión de antaño. La inmensa mayoría de los boxeadores, incluyendo a muchos de los más grandes, sólo se han retirado después de derrotas.

UNA NUEVA ETAPA EN SU VIDA
Mientras la mayoría de los boxeadores se desvanecen tras retirarse, “Chegüí” comenzó una nueva etapa de su vida, que resultó más productiva aún. Lo primero fue integrarse de lleno a las luchas comunales de los boricuas y los negros en la ciudad de Nueva York en contra del racismo y a favor de igualdad de oportunidades. Lo mejor fue que no se limitó a hablar, sino que desde el principio comprendió que la mejor forma de invitar a otros era con el ejemplo. Eso le ganó innumerables confrontaciones con la policía, pero fue aumentando geométricamente su prestigio y su poder de convocatoria.
Por otro lado, comenzó a escribir y no necesariamente sólo sobre deportes, algo sin precedentes para ex boxeadores. Sus escritos fueron publicados por los principales periódicos y revistas de la ciudad. Mientras tanto, D’Amato lo reclutó para que trabajara con un talentosísimo joven llamado Mike Tyson, con quien estableció una estrecha relación personal.
Con el tiempo publicó una biografía (no autorizada de Tyson), titulada “Miedo y Fuego” (“Fear and Fire”) y otro libro sobre Muhammad Alí, que llamó “Pica como una Abeja” (“Sting like a Bee”).
Su prestigio continuó aumentando y luego fue electo Presidente de la Comisión de Boxeo de Nueva York, que entonces era la más poderosa del Mundo, reconocimiento que ahora posee la de Nevada. Posteriormente presidió la Comisión de Boxeo de Puerto Rico y también la Organización Mundial de Boxeo, OMB. Por todo eso fue exaltado al Salón de la Fama del Boxeo Internacional.
Hace unos años y con su salud seriamente afectada, “Chegüí” decidió realizar desobediencia civil como parte de la lucha para sacar la de vieques a Marina de Guerra de Estados Unidos. Entró a los terrenos que entonces ocupaba la Marina en mayo del 2001. Siempre recordaré que no quiso aceptar trato preferencial por ningún concepto, incluyendo su quebrantada salud.
El año pasado se mudó a Ponce, en sus propias palabras “para vivir aquí mis últimos días”. Así fue. El día antes de su muerte fue al Paquito Montaner a alentar a sus Leones, que ganaron el primer partido de la serie final del beisbol profesional contra Arecibo. Esa noche falleció.

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