martes, 1 de diciembre de 2009

Iván Pozo, contra la "raza"


ARMANDO ÁLVAREZ - VIGO

"Ganarle a un mexicano no es lo mismo que ganarle a un europeo, aunque sea un ruso. Ganarle a un mexicano es muy distinto". Paco Amoedo, mentor de Iván Pozo, muestra sin pudor su admiración por la escuela boxística a la que pertenece el próximo rival de su pupilo, Abel Ochoa. El "Mastín" es el último obstáculo en el camino del vigués hacia la pelea por el título mundial del peso supermosca. Una muralla espinosa. A Pozo le opondrá pegada y sangre, alimento de algunos de los mejores púgiles de la historia.
Los registros sitúan a México como la segunda potencia planetaria de los cuadriláteros. Sólo Estados Unidos supera sus 116 campeones. El siglo los ha tenido de todos los colores desde que en 1915 John Budinich abandonase Cuba para instalar su academia en la capital azteca. Fue uno de sus discípulos, Mike Febles, el que enseñó a boxear a los mexicanos en plena época revolucionaria. El que les cambió las pistolas por los guantes cuando, como capitán de caballería del general Obregón, adiestró a sus oficiales. Aunque el deporte aristocrático que reglamentó el Marqués de Queensberry pronto se instaló entre las capas populares hasta convertirse en una de sus señas de identidad. Kid Azteca, Zurita y Casanova compusieron la trinidad fundacional de la leyenda.
El boxeo mexicano se ha nutrido como ningún otro del sufrimiento. De la rebelión contra la miseria. El ring fue esa promesa del paraíso para tantos como el "Ratón" Macías, que vendía periódicos; muchachos recién salidos de la adolescencia que preferían los golpes del rival a los del hambre. Sus historias de linimento, moratones, amaños, jóvenes ambiciosos y veteranos sonados igualan en sustancia a las cantadas por Hollywood. Es igual su épica de la gloria y el fracaso porque la misma frontera se difumina. Los grandes boxeadores proceden de los estados norteños y se entrecruzan, por ejemplo, entre la Baja y la Alta California. De la Hoya ha sido el último representante de esa mezcla. Estadounidense de nacionalidad, chicano de raza, jugó a ídolo en ambas trincheras, lo que algunos no le perdonan.
El "Golden Boy" ha combinado lo mejor de ambas tradiciones. El estilismo USA y la bravura de sus orígenes familiares. "Los mexicanos son guerreros, poseen características muy combativas. Encima de ser agresivos no carecen de técnica, para aguantarlos tienes que ser muy buen boxeador", advierte Amoedo.
La genética ha especializado a los mexicanos en los pesos ligeros y medios. En el Maddison y Las Vegas prefieren los pesados. Pero hasta en la meca de Nevada han triunfado los vecinos del sur. Sobre todos ellos, Julio César Chávez. El "César" reina en la infinita lista de los predilectos (Carlos Zarate, Rubén Olivares, Carlos Palomino, "La Chiquita" González, el malogrado Salvador Sánchez...). Considerado por muchos como el mejor de todos los tiempos libra por libra, Chávez afeó en su ocaso un récord que llegó a ser de 98 victorias en 100 combates. Él, que llenaba el Estadio Azteca, refleja como nadie ese espíritu que emociona a Amoedo cuando recuerda a un púgil anónimo, quebrado en cuerpo pero no en alma. "Qué paliza, qué coraje". Ni el enciclopédico Amoedo recuerda su nombre; Chávez está en los altares. Pero eran hermanos cuando el campeón, claramente doblegado a los puntos ante Talylor, se sentó en la banqueta antes del último asalto. "Hazlo por tus hijos, por México", le espetó su entrenador, el llorado Búfalo. Y envió a Taylor a la lona con un derechazo, surgido como un géiser de sus entrañas, a 12 segundos del final.
Mano pesada
Contra esa estirpe se mide Pozo este viernes en Bouzas. Contra ese pulso que también late en Ochoa, un 13-13 en el récord pero por derrotas ante otros grandes como su compatriota "Payasito" Hernández, contra el que teóricamente debería pegarse el vigués por el cinturón mundial si supera esta dura prueba.
¿Y cómo vencer a Ochoa? ¿A su metálica mano, probada en diez "knockouts"? Pozo confía en sus armas. Mientras Ochoa sólo sabe embestir, el olívico empleará su versatilidad. Si a Christophe Rodrigues lo aceptó a la corta, por su escasa pegada, al "Mastín" lo intentará contener a distancia. "La estrategia cuenta. Pero el público va a jugar un papel importante", añade Amoedo. Por eso el viejo zorro se ha llevado la velada del luminoso Central al claustrofóbico Bouzas. "Quizá se quede corto el pabellón pero queremos que sea una auténtica caldera". Esas gargantas gallegas combatirán contra los dioses del pasado que impulsan a Ochoa.

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