miércoles, 22 de abril de 2015

LAS EXCENTRICIDADES DE FLOYD MAYWEATHER

J.C.C.
ABC.es

Como dueño de todos los superlativos, no hay freno posible para la exhibición pública de Floyd Mayweather, el boxeador norteamericano de 38 años que el próximo 2 de mayo se presentará a La Pelea. Así, sin otro adorno ni calificativo, se ha bautizado el combate que lo enfrentará en Las Vegas al filipino Manny Pacquiao en la que se ha considerado la contienda deportiva más lucrativa de la historia. Mayweather hace honor a su apodo (Money -dinero en inglés-) y rebosa dólares en grandilocuentes manifestaciones de abundancia que lo enlazan con tradiciones singulares del boxeo y de sus bajos fondos.
Invicto en el ring después de 47 combates, Floyd Mayweather ha destrozado todas las categorías que unen negocio y deporte: cobrará 138 millones de euros por 36 minutos de estancia sobre el ring. A 3,8 millones el minuto. Jamás un deportista profesional ha alcanzado tales cifras en un año sobre cualquier superficie de trabajo: ni Tiger Woods en la hierba del golf ni Michael Schumacher en el asfalto de los circuitos ni Michael Jordan en el parqué de las canchas. Floyd Mayweather lo conseguirá en una sola noche.
Ya el año pasado conquistó cimas inimaginables para cualquier mortal: 60 millones de euros por dos peleas. Algo así como 13.600 euros por cada segundo que pasó en el cuadrilátero.
Mayweather es hijo y sobrino de boxeadores y ha popularizado el exceso como norma de conducta. Además de sus fiestas, cargadas de todo, en un ámbito algo más privado exhibe con orgullo su relación con el dinero. Ha contratado a una cocinera, la mejor pagada del mundo, a razón de 4.000 euros diarios por trajinar platos las 24 horas a su servicio. Ha mostrado al planeta el protector bucal con el que se medirá a Pacquaio: una bagatela de 23.000 euros laminada en oro con incrustaciones de diamantes y billetes de 100 dólares. Y en el paseíllo antes del combate presumirá de un cinturón hecho a medida con 3.000 esmeraldas en su corona.
Más allá del tono divertido y fanfarrón que acompaña a este deporte en los prolegómenos de cualquier pelea del siglo, lo de Mayweather es un caso digno de estudio: no recibe ni un dólar por contratos de patrocinio. Nadie, ninguna multinacional, empresa o compañía, quiere que el púgil de Michigan promocione su producto. No lo ha contratado como imagen un banco o una red móvil, no se ha asociado a ningún fabricante de ropa deportiva. Nada.
Su personalidad sulfurosa y sus problemas con la justicia (pasó 90 días en la cárcel por violencia doméstica) provocan el rechazo de los anunciantes. «Tener una marca en la espalda no altera la magnitud de lo que he logrado. No necesito a Nike o Adidas para ser lo que soy», suelta el púgil según establece su modo de vida, el desafío.
Y no hay argumento para quitarle la razón. Floyd Mayweather ha construido su imperio con la fuerza de sus músculos y sus dotes para la negociación. No tiene manager, sino que es él mismo quien gestiona sus contratos desde 2007. Estableció un acuerdo con una productora de televisión que le garantiza un mínimo de bolsas.
La Pelea alcanzará cotas inimaginables de audiencia en la televisión y se calcula en Estados Unidos que, además del público que lo verá en abierto, más de tres millones de personas podrían suscribirse a canales de pago que lo emitirán «en cerrado» a 90 euros el pinchazo. Mayweather es el príncipe de las extravagancias, pero nadie como él parece en condiciones de llenar de millones el caudal del negocio.

LOS COMBATES DEL SIGLO

MARCA.com

Los Combates del Siglo comenzaron hace más de 100 años. Los protagonistas, Jack Johnson, que no podía ser campeón mundial del peso pesado por ser negro, el campeón Tommy Burns, Jim Jeffries y Jess Willard, las Esperanzas Blancas.
En 1885, John Sullivan se proclamó primer campeón mundial del peso pesado. Por la misma época, en otras divisiones aparecieron campeones negros aceptados sin más problema, pero los pesados eran otra cosa: simbolizaban la idea de una supremacía racial que en los países que dominaban el boxeo, el Imperio Británico y los Estados Unidos, era un valor muy reseñable. Así, los campeones se negaban a medirse a negros con título en juego.
Pero en 1901, la policía de Galveston interrumpió un combate ilegal y detuvo a los púgiles: Joe Choynski y Jack Johnson, un hijo de esclavos de 1,84 de altura y 1,88 de envergadura. El sheriff les propuso entrenar con público en la cárcel, y Johnson empezó a perfeccionar un estilo que llevaría a la cátedra a afirmar que ningún campeón sería legítimo hasta que le venciera.
El canadiense Tommy Burns fue el primer campeón que aceptó pelear contra un negro. El promotor Hugh D. McIntosh montó el combate pagando a Burns unos exorbitantes 30.000 dólares. Pero no podría ser en los Estados Unidos: el peligro de conflictos raciales era tan grande que ninguna ciudad quería acoger el combate. Se hizo en Sidney (Australia). Y el 26 de diciembre de 1908 los agentes que protegían el ring pararon la pelea cuando Johnson, con sus habilidades en la finta y en el clinch, tenía a Burns al borde del KO tras 20 asaltos. El racismo, encarnado en el novelista Jack London, reclamó "una esperanza blanca que borre la sonrisa de la cara del negro Johnson".
Porque Johnson se reía. Era un divo. Le gustaba la buena vida y, en gesto que para la época y el país era casi blasfemo, se casó tres veces, y todas con mujeres blancas. En el Sur se pedía abiertamente su asesinato. Más moderadamente, también que Jim Jeffries, campeón invicto antes de Burns, volviera para defender el honor de la raza blanca. En 1909 ya tenía 34 años y llevaba cinco retirado, pero le convencieron 120.000 dólares.
Lo nunca visto
El combate, el 4 de julio de 1910, fue lo nunca visto antes, y quizá después. Ya en Estados Unidos se eligió Reno (Nevada), por ser una ciudad pequeña y más manejable en caso de disturbios. En un recinto construido ex profeso, las sillas de ring alcanzaron 3.000 dólares. Los espectadores fueron cacheados en busca de armas o alcohol. Johnson era el único negro entre 20.000 blancos furiosos y se temía por él si ganaba.
Y ganó. Jeffries había dicho que no volvía por dinero, "sino por demostrar que un blanco era siempre mejor que un negro". Pero un uppercut en el cuarto asalto decidió el combate, aunque duraría algo más. Su rincón tiró la toalla para evitarle el KO. Reconoció que ni en su mejor momento hubiera podido con Johnson, y éste que Jim era el mejor rival con el que se había medido. En efecto hubo disturbios raciales y decenas de muertos. La película del combate fue prohibida.
Se siguió una segunda vía: una acusacion amañada por proxenetismo le mandó a prisión. Huyó a Europa, pero el negocio se resentía. Hacía falta otra pelea con Esperanza Blanca por medio. No podía ser en Estados Unidos pero se montó en un lugar, en la práctica, americano: La Habana, Cuba. 
La Esperanza Blanca fue Jess Willard. Tenía 31 años y había matado a un hombre en un combate. El 5 de abril de 1915. Johnson cayó en el asalto 26. Se dijo que, si se dejaba ganar, se le habría prometido el indulto.Willard fue campeón hasta 1926. Johnson murió en 1946. Furioso por no haber sido atendido en un restaurante por ser negro, aceleró más de la cuenta por una carretera peligrosa.